Hoy quiero compartir con
vosotros algo que hace ya algún tiempo escribí, pero que llegando hoy a mi
memoria me hace recordar quién fui.
La pinza, esa pinza que
simboliza el “YO”, un yo verde, lleno de esperanza, de alegría; un yo de
plástico, moldeable, flexible, lleno de vida,…; un yo con dos partes, lo que
soy y lo que me son aquellos que me rodean, pero dos partes unidas por un
corazón de alambre, moldeable, pero de aspecto rígido,… porque el tiempo me ha
ido enseñando que de vez en cuando hay que protegerse.
Un “YO” que esta sobre un
suelo de hojas yacidas ya sin vida y húmedas por las lágrimas que del árbol ya
sin hojas caen. Lagrimas que desprende el mundo, este mundo que me rodea.
Lagrimas que no se escapan que yacen y dan vida, dónde antes hubo una hoja, un
corazón, un tú, un yo, que fueron y ya no son.
Un “YO” rodeado de una larga
rama de zarza, que parece guiar el camino, que desde la distancia parece ese
camino correcto, donde se encuentran hojas con vida, símbolo de que quizás
otros ya encontraron ese camino que ahora se presenta. Pero cuando te acercas
hay pequeños y grandes pinchos, obstáculos que hay que atravesar, para llegar
al camino, pues es un camino difícil.
Un “YO” rodeado de brotes
vida que a lo lejos se ven de aquellos que comienzan a caminar con alegría.
Un “YO” que observa un muro,
una frontera, una piedra rodeada de vida, de ese verde esperanza y atravesada
hasta llegar a su cima por la misma zarza de antes, lo que me dice: ¿será ese
mi camino? Y una voz en mi interior me dice:
¿Y por qué no?